miércoles, 26 de mayo de 2010

Lo que quedó en el tintero...


“La libertad de los pueblos no consiste en palabras (...). Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad." (Mariano Moreno)

¿Qué festejaron los argentinos…?

Siete de cada diez argentinos no saben con exactitud qué se festejó el 25 de Mayo y, aunque participaron masivamente en los fastos del bicentenario, no entendieron demasiado el por qué de tanto fervor. Una euforia colectiva, producto quizás del contagio popular, a lo que se agregó la despedida de la selección nacional para participar en el Mundial de Sudáfrica y la necesidad imperiosa de buscar motivos reales para estar alegres y entusiasmados en un país que exhibe brutalmente la impudicia de sus gobernantes. La suma de todo pudieron haber sido las razones de tanto festejo.

La República Argentina incluye, desde hace bastante tiempo, en los calendarios oficiales de fiestas nacionales el día 25 de Mayo como fiesta patria ignorando nada más ni nada menos que la celebración del 9 de Julio cuyo bicentenario tendrá lugar en 2016. Qué cosas tan importantes sucedieron en la semana de Mayo de 1810 como para relegar y ensombrecer la celebración de la asamblea legislativa y constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata (actualmente República Argentina) que sesionó inicialmente en la ciudad de San Miguel de Tucumán y posteriormente en Buenos Aires – entre los años 1816 y 1820 y que se recuerda especialmente por haber concretado la sanción de la Declaración de la Independencia Argentina y la Constitución Argentina de 1819.

Invito al lector a recorrer nuevamente algunas páginas de nuestra historia que pudieron haber sido olvidadas o, simplemente, mal entendidas y sacar conclusiones al respecto.

La idea de nación nace en 1810, con la "Revolución de Mayo", que promueve una Junta de gobierno para reemplazar a la autoridad española de Buenos Aires por criollos de pura cepa, reafirmando, no obstante, su fidelidad a "nuestro muy amado Rey y Señor Fernando VII que Dios proteja".

Después de las invasiones inglesas, 1806 y 1807, ya en tiempos pre revolucionarios, Francia pasó a ser responsable de lo que ocurría en Buenos Aires. Primero, indirectamente, porque sus filósofos y enciclopedistas subversivos, enardecían los espíritus de muchos hombres de bien. Uno de ellos fue Mariano Moreno embelesado por la obra de Jacques Rousseau, y, más tarde, directamente, porque Napoleón, al deponer al rey de España, hizo que caducaran todos los virreinatos americanos. Y sin Rey, no hay virreyes.

En 1810, cuando la Junta de Cádiz que gobernaba en nombre del rey prisionero, cayó en manos de los franceses, los patriotas de Buenos Aires exigieron un Cabildo abierto, asamblea municipal extendida a los notables, se erigieron en "Gobierno Supremo" y despacharon muy gentilmente al Virrey y a su corte a las Islas Canarias. Los criollos que, por lógica, eran mayoría (*) , con pleno derecho, vieron en esta revuelta una revolución y consideraron el 25 de Mayo como el inicio de un cambio profundo en sus vidas. De tal modo, sin una gota de sangre había quedado roto el primer vínculo con el antiguo régimen español.

Entonces se inicia la primera edad de una Argentina que se busca a sí misma. Una búsqueda que fue larga, penosa, sangrienta, en la que se sufrió una sangría cruel e inhumana producida por las luchas entre hermanos. Pero en líneas generales el análisis es simple: las Provincias rehusan admitir la tutela de Buenos Aires; Buenos Aires, por el contrario, pretende "civilizar" al país, unificarlo "para su bien" y, si es necesario, por la fuerza (la unidad a palos). Desde 1810 hasta 1880 la Argentina no puede salir de este dilema y la sangre de las guerras civiles entre "Federales" y "Unitarios" no deja de correr. La oposición irreductible de esas tendencias profundas traduce el antagonismo, económico y mental, dos modos de vida, dos actitudes cuyas secuelas aún hoy se mantienen vivas.

¿Una revolución o apenas una revuelta entre amigos?

Aquella primera experiencia revolucionaria que impulsó la Primera Junta de gobierno en 1810 tenía como objetivo fundamental despegarse rápidamente del yugo español que a partir de la invasión napoleónica se había desgastado política y económicamente y poco tenía para ofrecer a los 40.000 habitantes de la colonia del Río de la Plata.

Sin embargo, fue esa maniobra incruenta de la semana de mayo de 1810 calificada como una "revolución" a pesar de no haberse registrado una transformación radical, una ruptura del orden establecido o una discontinuidad evidente con el estado anterior de las cosas que afectara en forma decisiva las estructuras del virreinato. Debería hablarse de "evolución" o "transición", antes que de revolución, pero la historia argentina está plagada de contradicciones que tienen su origen en los historiadores e investigadores que por intereses políticos o económicos de algún modo han afectado su visión real de por qué somos lo que somos y por qué nunca pudimos ser ese país anhelado por todos los hombres de buena voluntad rico de contenidos en prosas, refranes y discursos que sólo han servido para envanecer más a ciertos gobernantes cuya única intención ha sido la de "Dividir para reinar." (1)

Fervor revolucionario

Las revoluciones son consecuencia de procesos históricos y de construcciones correctivas. Para que una revolución exista es necesario que haya una nueva unión de intereses y los hombres de mayo bogaban por estas cuestiones apegadas al cambio económico más que político, aunque, como siempre sucede, una cosa deriva de la otra y las dos están entrelazadas de modo indisoluble.

Pero los días de mayo no pueden considerarse como una revuelta porque no la hubo. Todo sucedió en absoluta paz y concordia, porque en definitiva la intención de los patriotas era separarse en lo posible del poder español que estaba en completa decadencia por las razones ya expuestas y dejar las reyertas para más adelante.

"Vacíos de tradición liberal, sin legado alguno de libertad que defender, los hombres de la revolución, ignoraban los medios prácticos con los cuales la libertad política se encarna en derechos y garantías concretas. Había en definitiva, que crear la libertad, darle vida, traducirla en instituciones y plasmarla en costumbres. Tal fue el dilema que se planteó a partir de aquélla semana del mes de mayo de 1810, cuando una junta de gobierno sustituyó al virrey en ejercicio y pretendió encontrar en su seno la soberanía que la corona española había delegado en sus funcionarios."

Plaza vacía, Gente como uno

"Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño. Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto al río, pescando. Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Su mujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El hombre le dice que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las toscas. Ese día podría haber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese porteño pudo haber sido uno de los tantos que no se enteró de nada de lo que ocurrió en aquella jornada.

El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a menos de quinientos vecinos y Buenos Aires tenía, en ese momento casi 40.000 habitantes. Es decir que sólo el 1 por ciento de la población participó de aquella trascendental reunión en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada o más bien, asentida por el pueblo. Es probable, entonces, que la asamblea reunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en la mañana del 25 de Mayo, no haya tenido un rating muy superior: 1000 o 1500 vecinos, como máximo. Nuestro pescador habría formado parte, pues, de la enorme mayoría que nada tuvo que ver con la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia de estas tierras.

Naturalmente, la escasez de participación popular no resta al 25 de Mayo la enorme importancia que tuvo, por varios motivos. En primer lugar, deponer a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado era algo insólito y atrevido aunque Cisneros no representara al monarca español sino al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la cautividad de Fernando VII. Y aunque esta fuera, en realidad, la segunda oportunidad en que ocurría un hecho como este en Buenos Aires, pues cuatro años atrás una pueblada había exigido la deposición de Sobremonte por su incompetencia y cobardía frente a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdadera revolución paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora, en 1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un tranquilo y racional debate entre unos pocos vecinos, "la parte más sana y principal" de la capital del virreinato.

En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo fue muy importante porque de algún modo significó la presencia activa de los militares criollos en el proceso político. Las milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires desde 1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididos en regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años se habían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos peninsulares y en los criollos. Aquéllos estaban integrados por comerciantes y artesanos, para quienes el oficio de las armas era una molestia; los criollos, en cambio, por ser pobres, se habían tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vivían de sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los ejercicios. En poco tiempo adquirieron una capacidad de fuego temible y esta superioridad se vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, el conato de golpe organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810, fueron los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando entrar a los adictos y rechazando suavemente a los adversarios. Los "fierros" los tenían los regimientos criollos y esta circunstancia fue decisiva para apurar el derrocamiento del virrey Cisneros.

Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizo era por razones de urgencia, como "hermana mayor" -según dijo Paso. Pero se reconocía la necesidad de que un paso tan trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato. Y en este reconocimiento venía implícita la idea de federalismo y también la noción de la integridad del virreinato.

De nada de esto, claro está, pudo enterarse el vecino que en la tarde de esa jornada regresó a su casa con un par de pescados colgando de su hombro... Pero seguramente tardó muy poco tiempo en advertir que lo sucedido ese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan triviales como el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir consecuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de una nueva Nación. Nada más ni nada menos."

De la Revolución a la Independencia y a un aciago presente

Pocos países en el mundo tienen dos celebraciones vinculadas a la emancipación, libertad o como quiera llamársele. Los libros escolares publicaron desde siempre frases como esta: “Bajo un cielo lluvioso de otoño se ven, delante de un Cabildo ocre, ciudadanos encintados de celeste y blanco que bajo sus paraguas, aclaman el "nacimiento de la patria."

Se trata en realidad de una cándida imagen, que evoca la voluntad de toda una clase económicamente pudiente, la de los comerciantes y vendedores de cueros de Buenos Aires, impacientes por desligarse de las trabas aduaneras y liberales, tanto por convicción como por necesidad histórica.

En este escueto material hay elementos de análisis de sobra para entender la importancia que tuvo (si la tuvo) la "Revolución de Mayo" como prolegómeno de la Independencia de 1816 y para entender qué festejan los argentinos con tanto fervor patriótico.

El retorno inmediato a la actualidad que nos toca vivir es como el despertar después de un sueño confuso, contradictorio, angustioso, para introducirnos nuevamente en la densa telaraña de los antagonismos y enfrentamientos de antaño, los mismos que nos han llevado al fracaso como nación. Y cada año que pasa, la sensación es que se trata de hechos poco menos que irreversibles.

Como se ve, no hemos aprendido la lección que nos dio la historia.

(*) Los habitantes del virreinato eran criollos (hijos de españoles) y españoles de origen en su mayoría. Mientras que hasta entonces no se designaban estas regiones sino con el nombre genérico de "países del Plata", la palabra "Argentina" olvidada, reaparece en el título de un poema patriótico "El triunfo Argentino" (su autor Vicente López fue autor del himno nacional) pero el nombre mismo de "República Argentina" será oficializado recién en 1860.

(1)(Divide ut regnes), máxima política enunciada por Nicolás Maquiavelo que también era utilizada por el Senado Romano.

Fuentes: Pierre Kalfon "Argentine" (Hachette 1971); Botana, Natalio R., La libertad política y su historia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991; Félix Luna. Notas aparecidas en Página/3, revista aniversario de Página/12, junio de 1990.

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